En su primera semana como presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cumplía instantáneamente con algunas de las promesas que le encumbraron a la Casa Blanca el pasado 8 de noviembre. A golpe de decreto, el republicano canceló su adhesión al Tratado Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) dando la espalda a otros once países, entre ellos Japón, y rubricó la orden que daba luz verde a la polémica construcción del muro con México.
Una decisión que el mandatario agravó diplomáticamente asegurando que su reforma tributaria incluirá un impuesto fronterizo del 20% a los productos importados de su vecino para costear la controvertida obra de infraestructura.
Un hecho que enervó al presidente Enrique Peña Nieto, quien canceló su visita a Washington prevista para mañana martes mientras se cierne la próxima renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés). Trump y Peña Nieto mantuvieron el pasado viernes una conversación telefónica “constructiva” que, sin embargo, no culminó en acciones concretas.
Paralelamente el gobierno de Justin Trudeau se curó en salud dando a entender que Canadá seguirá defendiendo su relación comercial con Estados Unidos incluso si esta dejase de lado a México. A la espera de los acontecimientos, Trump también firmó una orden ejecutiva reanudando la construcción de los oleoductos Keystone XL y Dakota Access, algo que puso en cólera a los ecologistas y que lanzó su primer velado ataque comercial a China.
La nueva administración requerirá que ambos proyectos se construyan con acero fabricado en Estados Unidos, un objetivo que no sólo planta cara a las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) sino que blinda a los productores propios de la competencia extranjera, especialmente la procedente del gigante asiático, que el año pasado fue penalizado tras las quejas de Washington por ofrecer incentivos a su industria.
“El primer paso que instigará tensiones comerciales con China llegará cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos califique al país como un manipulador de su divisa”, explica Bilal Hafeez, estratega jefe de Nomura. Un hecho que Steven Mnuchin, nominado a secretario del Tesoro, confirmó ante el Comité del Senado. Tildar a Pekín de controlar su divisa forzaría al país a abrir conversaciones comerciales con Washington pero no implicaría represalias inmediatas.
Aún así, si China se mostrase reticente a negociar, la administración Trump exigirá a su representante comercial a presentar casos comerciales contra la segunda mayor economía del mundo ante la OMC. El gobierno de Estados Unidos ha elegido a Robert Lighthize, un feroz crítico de las prácticas comerciales de China y exfuncionario durante la administración de Ronald Reagan para tomar las riendas en estos menesteres. Si la situación se hace insostenible, Trump amenaza con imponer una tarifa fronteriza del 45% a los productos importados de China, una decisión que comulgaría con las cláusulas 201 y 301 de la Ley Comercial de 1974 o la sección 232 de la Ley de Expansión comercial de 1962.
Penalizar las exportaciones
“China ha dejado claro que responderá si Estados Unidos opta por imponer tasas fronterizas”, reconoce a este periódico Ellen Zentner, economista jefe y directora gerente de Morgan Stanley. “Las decisiones pueden incluir una tasa similar a las exportaciones estadounidenses a China o que el gobierno pida a las empresas públicas o semipúblicas drásticamente recortar la demanda de productos estadounidenses”, añade.
El déficit comercial de Estados Unidos con China ascendió el año pasado hasta los 319.282 millones de dólares, de ahí que a simple vista, Zentner considere que una guerra comercial dañaría más al gigante asiático a corto plazo, aunque incide que Pekín puede encontrar formas para perjudicar a la economía americana. No olvidemos que China es su segundo mayor acreedor, sólo por detrás de Japón.
Las tensiones con China no sólo llegan del lado comercial sino también diplomático. Pekín ya ha advertido a Washington que “hable y actúe de forma cauta” al referirse a las operaciones de China en el Mar del Sur. El secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, dijo la semana pasada que Estados Unidos frenaría los intentos del gigante asiático por “tomar control de la región” mientras que Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Exteriores chino, avisó de que Estados Unidos debe tratar el tema con extremo cuidado “para no romper la paz y la estabilidad en la zona”.
Trump parece tener más afinidad con Shinzo Abe, el primer ministro nipón, que con su homólogo chino Xi Jinping. De hecho Abe fue el primer líder mundial que se reunió con el republicano tras conocerse su victoria en las elecciones del 8 de noviembre. Ambos mantuvieron el pasado sábado una conversación telefónica donde Trump reafirmó el “férreo” compromiso de Estados Unidos con la defensa de la seguridad nipona y ambos expresaron el deseo de reforzar el comercio bilateral. Abe visitará la Casa Blanca el 10 de febrero.
Fuente: Eeconomista.es
Source: Economia
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